El Susurro de la Tierra y el Tiempo
En los pliegues brumosos de Asturias, donde las montañas se inclinan como ancianas penitentes ante el mar Cantábrico, yacen los secretos de una tierra que exhala sidra como otros pueblos exhalan sudor o lágrimas. Allí, en el pueblo de San Pedro de Ambás, cerca de Gijón, se alza el Llagar Trabanco, un santuario donde el tiempo no avanza, sino que fermenta.

Sidra Trabanco: Tradición y Esencia Asturiana
Fundada en 1925 por José Trabanco en San Pedro de Ambás (Gijón, Asturias), la empresa familiar Sidra Trabanco nació como un modesto llagar dedicado a la elaboración artesanal de sidra. Con raíces profundas en la tierra asturiana, su historia es un reflejo de la tenacidad y el respeto por la tradición. José Trabanco, agricultor de origen humilde, comenzó cultivando manzanos autóctonos en un terreno agreste, dando vida a una sidra ácida y honesta, característica de la región.

En 1955, su hijo Jesús Trabanco modernizó el proceso con maquinaria de acero inoxidable, combinando innovación y métodos ancestrales. Frente al escepticismo de los puristas, defendió que «la tradición no es un ataúd, sino una semilla», consolidando un modelo que hoy dirige la cuarta generación de la familia.
Productos emblemáticos:
- Sidra Natural: Elaborada con mezcla de manzanas ácidas, dulces y amargas, fermentada de forma espontánea y servida en el ritual del escanciado.
- Aguardiente de Sidra con DOP Asturias: Destilado en alambiques de cobre, alcanza 40 grados de alcohol, reconocido por su calidad y vinculación al territorio.

La Melancolía del Progreso
Hoy, Trabanco vende medio millón de botellas al año y sus etiquetas brillan en los escaparates de Tokio y Nueva York. Pero en sus paredes de piedra aún resuenan los pasos de José, el fundador, que caminaba entre los manzanos murmurando: «Cuidado, no les hagas daño». ¿Es acaso esta empresa un reflejo del hombre moderno? Un ser desgarrado entre el orgullo de su historia y la tentación de rendirse al vértigo del futuro.

En Asturias, mientras la sidra cae en el vaso con un sonido de olas rompiendo, alguien brinda: «¡Que nun nos falte la lluz de les mios güeyos!» («¡Que no nos falte la luz de mis ojos!»). Y en esa frase, ebria de fatalismo y esperanza, late el alma de Trabanco: eterna, agridulce, indomable.